El quehacer político debe estar al servicio de la vida y no de intereses particulares


No se puede construir Paz si los intereses de los partidos políticos, los protagonismos internos, están por encima de algo tan noble como el valor de la vida humana, no se puede construir paz sin la sensatez que se necesita para entender que la muerte de seres humanos no se puede convertir en una bandera política. Tenemos que hacer una reflexión porque cuando la vida humana se instrumentaliza ya es poco lo que nos queda de humanos.

En medio de la situación del asesinato de líderes que no cesa, quiero hacer un llamado a los sectores que se han mantenido al margen de estos acontecimientos, para que actúen a favor de la justicia con los medios que disponen y no sigan pasivos por temor a los sacrificios y a los riesgos personales que implica toda acción audaz y verdaderamente eficaz. De lo contrario, serían también responsables de la injusticia y sus funestas consecuencias.

Cada uno de nosotros tiene que ser un devoto enardecido de la justicia, de los derechos humanos, de la libertad, de la igualdad.

Hermanos, en nombre de Cristo, ayuden a esclarecer la realidad, busquen soluciones, no evadan su vocación de dirigentes. Sepan que lo que han recibido de Dios, no es para esconderlo en la comodidad de unos intereses particulares, de un bienestar partidista. Hoy la patria necesita, sobre todo, la inteligencia de ustedes. A los partidos políticos, a las organizaciones gremiales, cooperativas o populares, el Señor les quiere inspirar la mística de su divina Transfiguración, para transfigurar también, desde la fuerza organizada, no con métodos o místicas ineficaces de violencia, no con la división que hace perder de vista los propósitos del pueblo que clama justicia, sino con verdadera y auténtica liberación.

Urge que las organizaciones populares vayan madurando para que cumplan su misión de llegar a ser intérprete de la voluntad del pueblo. La alta dignidad de nuestro pueblo merece que no se tergiverse su sufrimiento, su opresión.

El clamor que clama justicia era el clamor del pueblo en Egipto y la Biblia dice: "El clamor del pueblo ha llegado hasta mis oídos". Dios escucha cuando el pueblo clama por más justicia, por más caridad, por más orden, más fraternidad. Y no es, pues, de reprimir todo clamor, sino discernirlo. Los clamores que no merecen ser escuchados sí reprímanse. Son las voces del crimen, de los asesinatos selectivos, de las infinitas cosas que se han quedado sin castigo. Esas sí, reprímanse donde quieran que se encuentren, aunque sea en el estado. Los abusos tienen que ser castigados.

Hay una fábula bíblica que distingue muy bien entre quien prefiere servir para que haya vida, aunque no tenga poder, y quien busca el poder para oprimir o depredar la vida de otros (corrupción del poder). La historieta la encontramos en el libro de los Jueces (9,6-15): "En aquellos días, los de Siquén y todos los de El Terraplén se reunieron para proclamar rey a Abimalec, junto a la encina de Siquén. En cuanto se enteró Yotán, fue y, en pie sobre la cumbre del monte Garizín, les gritó a voz en cuello: 'iOídme, vecinos de Siquén, así Dios os escuche! Una vez fueron los árboles a elegirse rey, y dijeron al olivo: Sé nuestro rey. Pero dijo el olivo: ¿y voy a dejar mi aceite, con el que engordan dioses y hombres, para ir a mecerme sobre los árboles? Entonces dijeron a la higuera: Ven a ser nuestro rey. Pero dijo la higuera: ¿y voy a dejar mi dulce fruto sabroso, para ir a mecerme sobre los árboles? Entonces dijeron a la vid: Ven a ser nuestro rey. Pero dijo la vid: ¿y voy a dejar mi mosto, que alegra a dioses y hombres, para ir a mecerme sobre los árboles? Entonces dijeron a la zarza: Ven a ser nuestro rey. Y les dijo la zarza: Si de veras queréis ungirme rey vuestro, venid a cobijaros bajo mi sombra; y si no, salga fuego de la zarza y devore a los cedros del Líbano". Los tres árboles o arbustos mencionados, son los más comunes y estimados en Palestina.

El aceite se usa para honrar a Dios en los sacrificios (Lv 6,14) y para honrar a los huéspedes (Sal. 23,5). La higuera es estimada por la dulzura de su fruto y el vino no sólo alegra el corazón del hombre, sino también se ofrecía en sacrificio a Dios (Lv. 23,13). La zarza es la más insignificante, la más inútil y la más molesta de todos los arbustos. Su invitación a cobijarse bajo su sombra es una fanfarronada ridícula. Pero cuando, en el colmo de la arrogancia, amenaza con que salga fuego de la zarza y devore los cedros del Líbano, su amenaza es real: un fuego prendido en una mísera zarza puede provocar un incendio que abrase un bosque de cedros (el poder para destruir).

Ahora bien, asumiendo la lección de esta fábula: quien más ambiciona el poder no es el que más quiere servir, sino el que quiere imponer sus intereses particulares (partidistas) sobre los intereses generales y así no se construye la paz que tanto anhelamos en nuestro país.

Por: Padre Arturo Arrieta A.
Director Pastoral Social
Diócesis de Palmira