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"Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios." (Mateo 5,9)
Desde la Diócesis de Palmira, elevamos nuestra voz de dolor y rechazo ante el asesinato de Alcides Castellanos, líder social y campesino del corregimiento de Tenjo. Su compromiso con la comunidad y su labor incansable en favor del bienestar de las familias fueron un testimonio de entrega y esperanza en medio de tantas dificultades. Su partida forzada nos llena de tristeza, pero también nos interpela a no dejarnos vencer por el miedo ni la desesperanza.
Este crimen no es un hecho aislado. Se suma a una realidad que sigue desangrando nuestras comunidades. No podemos aceptar que se siga arrebatando la vida de quienes sirven al bien común. Con profundo clamor, pedimos a los actores armados que cesen toda violencia contra la población, que no sigan sembrando terror ni dividiendo a las familias. Ninguna causa justifica el derramamiento de sangre ni la imposición del miedo como forma de control.
A nuestra comunidad, la invitamos a mantenerse unida y a no caer en la desconfianza. Evitemos cualquier señalamiento o estigmatización que pueda poner en riesgo la vida de nuestros vecinos. Nuestro llamado es a la prudencia, al respeto y al cuidado mutuo.
A la institucionalidad, le recordamos que su presencia debe más eficaz. Las acciones aisladas e intermitentes no generan la cohesión social que esta comunidad necesita.  Se necesita una respuesta integral: la escuela donde estudian los niños se está cayendo, persisten graves problemas en la prestación de los servicios públicos y no hay garantías adecuadas para la salud y una vida digna en estos territorios. Mientras los actores armados imponen el miedo, la presencia del Estado es precaria. En ocasiones, sin garantizar condiciones mínimas, ni siquiera para recoger los cuerpos y cumplir con los protocolos de levantamiento.
Encomendamos a Alcides Castellanos en nuestra oración y pedimos consuelo para su familia y su comunidad. Que su memoria nos fortalezca y nos impulse a seguir trabajando por un país donde la paz no sea solo un anhelo, sino una realidad construida con justicia y fraternidad.
En Cristo, nuestra esperanza,

Mons. Rodrigo Gallego Trujillo
Obispo de Palmira


 




 Comunicado

“Sanen a los enfermos” (Mateo 10, 8)

Los obispos de Colombia manifestamos nuestra preocupación ante los signos de crisis

que está presentando el sistema de salud en nuestro país y, siguiendo la enseñanza del

Papa Francisco, que nos ha invitado a transformar los signos de los tiempos en signos

de esperanza, nos ponemos al servicio de la nación para facilitar la escucha, el

diálogo y la construcción colectiva de soluciones en beneficio de la salud de todos

los colombianos.


1. Vemos con preocupación las crecientes dificultades para garantizar el

derecho a la salud, sobre todo, el acceso oportuno a la atención médica, el

desabastecimiento de medicamentos, la demora en el diagnóstico e inicio de

tratamientos, la grave situación financiera que afecta el sector salud, el clima de

incertidumbre que ronda las entidades e instituciones dedicadas a la promoción o

prestación de este servicio y sus proveedores, así como al personal sanitario y a los

trabajadores a ellas vinculados. Estas son algunas de las problemáticas cuyo impacto

en la calidad de vida de la población no se pueden menospreciar.


2. Ante este escenario es preciso recordar que la salud es uno de los bienes

primarios del orden social y un derecho de todos. Corresponde en primer lugar a

las instituciones del Estado la continua atención, revisión e implementación de

políticas que garanticen este derecho. Todos los actores sociales han de evitar,

particularmente en este campo, la tentación de la corrupción, de la burocratización,

de querer politizar una realidad que está al servicio exclusivo del bien común, no de

intereses particulares, o de querer suprimir el esfuerzo conjunto entre los ámbitos

público y privado.


3. La Iglesia, en coherencia con la enseñanza de Jesús, siempre ha estado

comprometida en aliviar el sufrimiento y salvaguardar el bien integral de la persona

humana, sobre todo de los más pobres y vulnerables. Ella, depositaria de una larga

tradición de servicio en materia de salud, está convencida de la primacía del don de

la vida, la corresponsabilidad en la promoción y cuidado de la salud y el deber moral

de hablar e informar en la verdad sin deformarla ni manipularla. 



Estamos

convencidos de que la vía para superar esta crisis es el diálogo, el discernimiento

sincero – que en el presente ha de incluir el concepto técnico – y la acción

coordinada entre todos los responsables de garantizar los derechos

fundamentales. 

El camino de fraternidad solo puede ser recorrido por espíritus libres

y dispuestos a encuentros reales que permitan buscar juntos la verdad en el diálogo y

en la conversación reposada (cf. Papa Francisco, Fratelli Tutti, 50). Es lo que

anhelamos para el presente y el futuro del país.


Bogotá, D.C., 31 de marzo de 2025

  






Diócesis de Palmira, febrero 04 de 2025



"No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien" (Romanos 12, 21).

A toda la comunidad diocesana, a las autoridades civiles y militares, a los actores armados y a quienes trabajan por la paz:

Con el compromiso profético que nos pide la Doctrina Social de la Iglesia, recibo la Alerta Temprana N° 002-25 de la Defensoría del Pueblo, que advierte sobre la grave crisis humanitaria en los municipios de Florida y Pradera, donde el recrudecimiento del conflicto armado está afectando gravemente la vida, la dignidad y la seguridad de nuestras comunidades. La consolidación y disputa territorial entre grupos armados ilegales ha generado un alarmante aumento de homicidios selectivos, desplazamientos forzados, confinamientos y amenazas contra líderes sociales, indígenas, campesinos, firmantes de paz y población en general.

Hacemos un llamado urgente a los actores armados para que respeten la vida y la dignidad de todas las personas y construyan acuerdos éticos. Ninguna causa justifica el uso de la violencia ni la imposición del miedo en nuestras comunidades. El Señor nos ha enseñado que toda vida es sagrada y que la paz no se construye con armas, sino con fraternidad, justicia y reconciliación.

A las autoridades del Estado, les instamos a tomar medidas inmediatas y eficaces para proteger a la población y garantizar sus derechos, actuando en unidad entre los niveles local, departamental y nacional. Esta realidad exige de ustedes la mayor entrega como servidores públicos, apartando rivalidades ideológicas. La seguridad demanda un compromiso integral y preventivo, que atienda las causas del conflicto, promueva el desarrollo y garantice la presencia efectiva del Estado en los territorios más vulnerables. No podemos permitir que la indiferencia nos haga cómplices de la injusticia.

A nuestras comunidades, les pedimos que no caigan en la desesperanza ni en la división. La violencia busca fracturarnos, pero nuestra fe nos llama a la unidad, al trabajo conjunto por la justicia y a la defensa de la vida. En este Año Jubilar de la Esperanza, convocado por el Papa Francisco, acogemos su invitación a vivir con un corazón reconciliado, a abrir caminos de fraternidad y a renovar nuestro compromiso con el Evangelio. Este tiempo jubilar es una oportunidad para sanar heridas, fortalecer lazos de solidaridad y proclamar que la paz es posible.

Nos unimos en oración por todas las víctimas de esta crisis, por sus familias y por quienes tienen en sus manos la posibilidad de cambiar el rumbo de esta historia. Que Nuestra Señora del Palmar, Madre de la Esperanza, interceda por nosotros y nos conceda la gracia de ser artesanos de reconciliación y paz.

 

En Cristo, nuestro Señor,

+ Rodrigo Gallego Trujillo

Obispo de Palmira








El Secretariado Nacional de Pastoral Social Cáritas Colombiana informa sobre la suspensión temporal de fondos internacionales destinados a algunos programas de ayuda humanitaria, tras una revisión general del Departamento de Estado de los Estados Unidos.

En el comunicado oficial, reiteramos nuestro compromiso de acompañar a las comunidades con los recursos disponibles, mantener una comunicación transparente y brindarles información oportuna sobre cualquier novedad.


Comunicado Completo aquí:




 

 










Los cementerios nos llevan a una especie de final del camino, un lugar donde todo lo material y vano queda atrás. Es allí, entre los rituales de despedida, donde nos enfrentamos a lo esencial: la memoria de quienes amamos y el misterio de la vida misma. Sin embargo, detrás del cementerio central de Palmira, oculto tras las sombras de la rutina y el olvido, yace un espacio más desolador, uno donde reposan hombres y mujeres señalados como "no identificados" o "no reclamados". En su silencio, desde los años 80, narran una parte oscura de nuestra historia, una historia marcada por el conflicto armado.



Se estima que más de 80 cuerpos esperan allí por su dignificación. Personas que, sembradas en la tierra, aguardan no solo por la tecnología que permita identificar sus nombres, sino también por algo más profundo: el acto de ser recordados, llorados, y finalmente reconciliados con su historia y la de sus familias. Este esfuerzo, liderado por la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas y Medicina Legal, ha empezado a dar frutos. Dos familias ya han recibido los restos de sus seres queridos, cerrando un ciclo de incertidumbre que, en muchos casos, había durado décadas.



Pero no se trata solo de la ciencia ni de la justicia. En este espacio limítrofe entre la vida y la muerte, en el cementerio de Palmira, han llegado también aquellos que alguna vez se enfrentaron como enemigos: firmantes de paz y miembros de la Fuerza Pública. Ellos, que en el pasado empuñaron armas y vistieron uniformes opuestos, hoy comparten herramientas de construcción. 




Juntos levantan paredes, excavan memorias y extienden sus manos, esta vez para construir y no destruir. Como profetizaba Isaías: “Forjarán de sus espadas arados y de sus lanzas podaderas” (Isaías 2,4). En este acto simbólico, manifiestan su compromiso de nunca más volver a la guerra.



Estos encuentros, llenos de tensión al principio, se han transformado en momentos de reconciliación. Uno de ellos, particularmente significativo, se dio en presencia de Monseñor Rodrigo Gallego, Obispo de Palmira. En sus palabras resonó la memoria del Cristo de Bojayá, mutilado por la violencia, pero restaurado en la esperanza. Monseñor invitó a todos los presentes a ser las manos y los pies de ese Cristo, a trabajar juntos para sanar las heridas de una Colombia desgarrada. Su mensaje no solo reconoció el trabajo realizado, sino que lo elevó como un signo de lo que podemos ser como sociedad.

En este esfuerzo también convergen las familias buscadoras, en su mayoría madres, abuelas y hermanas, quienes han cargado por años la angustia de no saber qué pasó con sus hijos, hermanos y esposos. Estas mujeres, verdaderas guardianas de la memoria, inspiran a los demás con su tenacidad. Su clamor por la verdad y la justicia se refleja en el mural que se está levantando en el muro exterior del cementerio. Un guayacán amarillo florece como símbolo de vida y esperanza, con un mensaje poderoso: “Solo muere quien se olvida”. Estas palabras son un eco de su juramento: seguir buscando hasta encontrarlos.




La participación de la Fundación Reencuentros, la Fundación Comité para la Reconciliación y las instituciones —la ONU, el PNUD, la Secretaría de Paz de la Gobernación, los Consejos de Paz, Corporación para el Desarrollo Regional— y de la Iglesia Católica ha sido fundamental para crear un espacio donde estos encuentros sean posibles. Pero también lo ha sido el compromiso de los propios protagonistas: aquellos que un día eligieron las armas y hoy eligen las palabras, el trabajo conjunto y la reconciliación. Este proyecto en Palmira es un recordatorio de que la paz no es un destino, sino un camino, uno que requerirá mucho más que los 60 años que hemos dedicado a la guerra.




El trabajo en el cementerio de Palmira no es solo una intervención física. Es una semilla sembrada en el corazón de una comunidad que anhela dejar atrás el dolor. Es una declaración de intenciones: dignificar la vida y la muerte, sanar las heridas de la guerra, y restaurar los lazos de una familia colombiana fracturada. 




Como dijo Monseñor Rodrigo Gallego, “seamos los pies que caminan hacia el reencuentro y las manos que construyen la gran familia que somos”. Que este trabajo inspire a otros rincones de nuestro país a sumarse a este llamado: ser jardineros de memoria, reconciliación y paz.


"Este Ejercicio se acompaña a través del proyecto Iglesia y comunidades comprometidas con la Reconciliación y la Paz del Secretariado de Pastoral Social Caritas Nacional"





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